Por: | Ignacio Frías Gimeno |
Entrada la noche y con el alcalde del pueblo, don Vicente Cortés Galán, al que los salteadores habían hecho prisionero, se dirigieron a la casa de don Juan [cuyo nombre completo era don Juan Tomás de Frías y del Castillo] para que este les franqueara las puertas. Esta casa, sita en la plaza de don Pedro Medina [en la actualidad, del Parador], es la que nuestros mayores conocen como de don Alfredo, los menos jóvenes como de don Damián, y hoy en propiedad de don Ignacio Frías Gimeno, descendiente de don Juan [en concreto, tataranieto: padre, Antonio; abuelo, Mariano; bisabuelo, Tomás].
Entró gran número de los intrusos con las armas montadas y tomaron la casa, con actitud imperiosa exigieron que se les entregaran todos los objetos y el dinero en oro que don Juan tenía acumulado, a lo que este respondió no poseerlo. Parece que hubo un diálogo tenso con graves amenazas a la persona de don Juan, quien debió actuar con una sangre fría y una prudencia inauditas; éste abrió diversas habitaciones, enseñó trojes y otras dependencias para mostrar la inexistencia del oro; incluso llegó a ofrecer alguna cantidad de dinero para que se conformaran los asaltantes y desistieran de su intento, pero estos, que debían estar perfectamente informados de donde estaba escondido el oro, desestimaron el ofrecimiento y empezaron a forzar candados y cerraduras e incluso a romper algunas paredes hallándolo con suma facilidad y en gran cantidad, pues aparte de lo que cada ladrón llevara en sus alforjas, tuvieron necesidad de robar nueve mulas de la labor de la casa para poder transportarlo, marchándose en plena noche.
Es de suponer que al no coger una o dos galeras para transportar tanto peso, los ladrones debieron tomar caminos y sendas poco transitados y que debían marchar con cierta prisa y desorden, lo que explica que a primeras horas de la mañana, cuando el molinero de los Álamos Blancos se levantó, encontrara una de las mulas cargadas de oro en la puerta del molino. (Parece ser que esta mula era la que solían utilizar para transportar el trigo y la harina consiguiente después de haber sido molido).
Otra de las mulas apareció a media mañana en el Hondón de la Santa, en las mediaciones del pueblo.
Relataba Juana Valiente, que a la sazón era moza adolescente y trabajaba en el servicio de la casa en la fecha del robo, que don Juan dio ordenes a los sirvientes para que se estuvieran quietos y no opusieran ningún tipo de resistencia con el fin de evitar una auténtica masacre.
También, que a don Juan le ataron los pies y manos, lo bajaron a un sótano y le colgaron un candil por debajo de la barbilla, llegando a chamuscarle en parte su blanca barba.
Que los sirvientes no fueron maltratados físicamente, e incluso que los asaltantes los trataron con cierta benevolencia, llamando a algunas criadas por su propio nombre.
Que después de desaparecer los ladrones, don Juan preguntó a sus criados si habían llegado al «pellejo del chirro», a lo que respondieron que no lo habían tocado, a lo que exclamó D. Juan: «¡Bah, entonces seguimos siendo ricos!».
Don Juan Tomás de Frías y del Castillo
Terrateniente que en la noche del 13 de octubre de 1873, vio asaltada su casa en Torre de Juan Abad, por una partida de carlistas que tomó el pueblo. Sujeto a tormento, pues se le creía inmensamente rico, reveló a los intrusos el rincón de la cueva casera donde guardaba parte de sus riquezas.
A pesar que los forajidos arramblaron con todo, se les pasó comprobar los pellejos de chirros que colgaban del techo de la gruta y que estaban a su vez repletos de monedas de oro. Don Juan al comprobar que no se los habían llevado dicen que dijo: "Seguimos siendo ricos, un poco menos, pero ricos".
A pesar que los forajidos arramblaron con todo, se les pasó comprobar los pellejos de chirros que colgaban del techo de la gruta y que estaban a su vez repletos de monedas de oro. Don Juan al comprobar que no se los habían llevado dicen que dijo: "Seguimos siendo ricos, un poco menos, pero ricos".
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