Cenicientos ha sido este año la viva imagen de la desolación y la decadencia de la Fiesta Brava. A pesar de ser la feria más cara de la historia de este pueblo, los responsables solo han buscado en la Fiesta la ganancia fácil, sin proyecto de futuro ni respeto alguno para el aficionado.
Vergonzoso
y patético lo que ha ocurrido en la feria taurina de Cenicientos. Auténtico
atentado a la fiesta de los toros, que durante más de cuarto de siglo ha sido mantenida por
los principios de la verdad y la pureza de sus toros.
Casi
todos los días, tres cuartos de entrada hemos consentido como una serie de
mangantes han proclamado abiertamente su nuevo modelo de tauromaquia, con escuálidos
animales de infame trapío y saltos a su antojo del reglamento taurino, que aunque
no lo sepan está para cumplirlo.
Saldo
ganadero el de este año. Se han lidiado toros impresentables y con serios
indicios de manipulación fraudulenta de las astas.
Los
aficionados comenzaron a alzar la voz al final de la feria, pero ya era tarde.
Cada una de las tardes hubiese merecido una bronca monumental al empresario y a
quienes eligen el ganado.
Cenicientos
ha bajado su nivel escandalosamente. El llamado toro de Cenicientos no ha
existido. Se ha ido al carajo esta feria.
Los
organizadores y voceros de la feria que a duras penas distingue un natural de
una chicuelina, van a echar a los buenos aficionados de la plaza. En mi caso,
dudo si iré el año que viene. Este año acudí a la feria, pero debí quedarme en Francia,
ajeno a esta miserable imitación de las corridas de toros.
A mí que no me esperen. Los que
aguanten este lamentable espectáculo que sigan enchufados a Cenicientos.
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